Ajijic, el tex mex 

*Más de 20 mil estadounidenses y canadiense hicieron de Ajijic su hogar y lo hicieron en total armonía

Édgar Ávila Pérez

Ajijic, Jalisco.- La imagen del pueblo evoca descripciones recurrentes de un México antiguo, de ese que va y viene: empedradas y angostas calles arropadas por antiguas fachadas coloridas, de un rosa chillante y un azul cielo.

Los caminos que conducen a un “mar” atrapado por montañas fueron elaborados  mucho antes del lejano 1531, cuando se cocía un mestizaje indígena y europeo: así nació en la Ribera del Lago de Chapala un lugar náhuatl llamado Axixic, “donde se derrama el agua” o “donde brota el agua”.

Esas postales que solo pueden observarse en los pueblos más recónditos del país, de pronto chocan con la realidad de Ajijic ó Axixic, como quiera llamársele: comercios repletos con nombres en inglés, restaurantes de comida internacional, un malecón muy gringo y miles de extranjeros deambulando por sus calles.

Para muchos irreal, para otros un Tex Mex: una carretilla repleta de nueces finas y pistaches permanece estática frente a un comercio “El Merendero Lake Burguers”; chavales de piel morena y blanca practican skateboarding y acrobacias del BMX en el malecón; e incluso bellos perros, como salidos de una película hollywoodense con su pelo volando con el aire, practican frisbee junto a un heladero.

Miles de extranjeros -más de 20 mil, según las últimos datos disponibles-, la mayoría de ellos de Estados Unidos y Canadá hicieron de Ajijic su hogar y lo hicieron en total armonía con los locales, trajeron sus mejores costumbres y sentimientos.

Una comunidad méxico-americana-canadiense arropada por las aguas del Lago de Chapala, el embalse natural más grande de México, cuya espejo refleja un pueblo que, literal, lo tiene todo.

A solo 40 minutos del Área Metropolitana de Guadalajara, una interminablemente y espectacular ciclovía, bordeada por residencias estilo californiano, anuncian la llegada a un lugar que conjunta la arquitectura colonial de un auténtico pueblo mexicano y la modernidad del llamado primer mundo.

Las banderas tricolores y la de barras y estrellas se entremezclan en los coloridos  murales, en  restaurantes, galerías, tiendas de textiles, fondas, cafés, bares y ambulantes con sus jarritos de tequila.

“Clean Ajijic Clean / Ajjijic limpio”, dice en uno los murales con rostros y cabellos blancos, con hermosos perros y toda una historia de inclusión y mezcla de razas, costumbres y cotidianidad.

“Ya casi nos superan”, suelta con una sonrisa un joven que prepara los Jarritos y lo dice, no como un lamento boliviano, sino como un orgullo que jubilados, hombres maduros, jóvenes y niños extranjeros (solo los de afuera los llaman así), se sumen a Ajijic, donde el fenómeno de la tradicional migración mexicana es al revés.

Casas de adobe y teja, casas de campo, calles empedradas y un muelle que recibe las olas del lago muestran que todo es posible y que todos buscamos un mismo fin: vivir.

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