Acatzingo y su gema religiosa

*En la Parroquia de San Juan Evangelista, que hace gala de su belleza con sus torres y columnas naranjas, se rinde tributo desde 1609 a la “Virgen de los Dolores”

Carolina Miranda

Acatzingo, Pue.- Casi cada hora se celebra una misa, la iglesia de Acatzingo pocas veces puede verse sola. Entre mototaxis, vendedores de nieves y pan de pueblo se encuentra la Parroquia de San Juan Evangelista.

La comunidad es devota, decenas de arreglos florales adornan a la “Virgen de los Dolores” que se encuentra en el altar, una de las más antiguas de la Nueva España. “Desde 1609 existe una referencia”, dice Carlos Arreola Pérez, un apasionado por la historia del municipio.

Según cuenta la leyenda, un viajero pasó por Acatzingo, un punto medio entre el puerto de Veracruz y la Ciudad de México, y se alojó en el mesón de la señora Antonia Negreiros, que se ubicaba justo en la esquina de la plaza principal.

Durante su estadía le entregó un paquete a la dueña del lugar, ya fuera por cuidar la privacidad del caminante o por un simple olvido, por muchos años no abrió el envoltorio hasta que finalmente se decidió a mirar su contenido.

Al abrirlo encontró dos lienzos enrollados, uno que era el de la “Virgen de los Dolores” y el otro del “Santo Ecce-Homo” o en su traducción Jesús de Nazaret.

Dichosa de ser la propietaria de dichas piezas las colgó en la sala de su casa, ahí permanecieron durante mucho tiempo, hasta que un 5 se septiembre sus trabajadoras del hogar le comentaron que la “Virgen de los Dolores” siempre estaba mojada del rostro. Extrañada ante tal situación procedió a secarla una, dos, tres veces. En todas las ocasiones la obra siempre volvía a humedecerse.

Tan extraño fue el suceso que el rumor corrió como pólvora en el pueblo y tanto vecinos como extraños acudían a limpiarle las lágrimas, por lo que el padre de la parroquia recogió la pintura, ante la inconformidad de la señora Negreiros.

Y según la leyenda, la mujer no soportó la frustración de no tenerla en su poder, por lo que decidió robarla. Pero en su huida y al verse acorralada, arrojó la pintura en la fuente del Convento Franciscano de San Juan Evangelista, la cual había sido removida a la plaza principal.

Lo sorprendente del relato es que según Arreola Pérez, el agua de la fuente se abrió dejando la obra intacta o inmaculada para así apreciarla hasta nuestros días. La devoción católica se debe al llamado milagro que se efectuó aquel día.

Sin embargo, la verdadera historia cuenta que en el Concilio de Trento en Italia, la iglesia católica definió normas dogmáticas, litúrgicas y éticas y determinó que las figuras marianas se utilizarían para evangelizar a los indígenas por el arraigo que representaban en su fe.

Para 1697, el arzobispo Manuel Fernández de Santa Cruz y Sahagún autorizó la cofradía para construir y cuidar a la “Virgen de los Dolores”, así fue como se construyó la Parroquia de San Juan Evangelista.

El poblano y artista del pincel, Miguel Jerónimo Zendejas, fue el encargado de la decoración del inmueble, el cual combina el estilo catedralicio, salomónico y el churrigueresco, el cual es la interpretación indígena del arte barroco.

La fuente que fue testigo del milagro, fue construida en 1591, a pocos años de la conquista de los españoles. Se encuentra en el atrio de la iglesia, en la parte superior tiene tallados cuatro ocelotes, una cosmovisión de los indígenas a petición del párroco de colocar un león.

En medio cuenta con los escudos de Acatzingo, destruidos y hasta reconstruidos, donde se representa la sangre de Cristo, que a diferencia de los dioses indígenas que pedían sangre, él había dado sangre por sus feligreses, por lo que la imagen es un corazón atravesado por una flecha. Además tiene un penacho que representa la nobleza indígena y dos garras, una de águila y la otra de un ocelote para representar a los guerreros.

Además tienen dos carrizos, los cuales eran muy comunes en la zona y eran las plantas que le daban importancia a Acatzingo, “lugar de pequeños carrizales o lugar del señor Acatl”.

Pasear un domingo en la plaza pública de Acatzingo es llenar la pupila de color. La Parroquia de San Juan Evangelista hace gala de su belleza con sus torres y columnas naranjas entrelazadas con el rojo del ladrillo y la talavera, hacen que resalte como una gema que hace juego con el azul del cielo.

 

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