Arturito, memoria de Xanenetla

*En su memoria, en imágenes  fotográficas y en cada calle y callejón que pisa, Arturo Ramírez evoca a sus antepasados y resguarda la memoria del emblemático barrio de la ciudad de Puebla

Carolina Miranda

Puebla, Pue.- Arturo Ramírez tiene a sus antepasados, a sus padres, a sus nueve hermanos, su infancia, sus noviazgos, su trabajo y las vivencias con sus amigos impregnadas en la memoria y en cada mural de este hermoso lugar. Compara el amor que le tiene a su barrio con el que le tiene a su mamá.

“Es inmenso”, dice, porque le ha dado todo en sus 64 años de vida.

Arturito es el historiador del Barrio de Xanenetla, un lugar que vibra por los colores de sus murales, la música tropical que atraviesa las cortinas de las casas y el empedrado que hace vertiginoso cualquier recorrido por sus calles.

Cada callejón empedrado tiene su historia, recuerda que eran el escondite perfecto para las parejas que se escapaban de los padres estrictos para verse cinco minutos, no se olvida del partido de fútbol llanero que se jugaba en las calles, el festival del Día de las Madres en el pequeño atrio de la iglesia de Santa Inés y la verbena que se armaba en cada boda.

De eso ahora solo quedan los recuerdos y las fotografías que se salvan del tiempo y del olvido. Son tesoros que resguarda gracias a su amor por la historia.

Pero el deleite por su barrio no lo formó en la escuela, de adolescente le gustaba “andar de andariego” como él mismo cuenta. Esto le trajo muchos problemas con su padre, quien era alfarero y un trabajador dedicado, y a quién no le agradó la idea que abandonara su formación educativa.

Su mamá tampoco estuvo de acuerdo, por lo que se fue con su hermana a Campeche donde terminó sus estudios y se inscribió a la universidad. Ahí trabajaba ordeñando vacas y en sus tiempos libres caminaba por la ciudad donde se encontró a muchos turistas ávidos por conocer la historia detrás de la zona amurallada.

Una noche se cuestionó su propio conocimiento del lugar que lo vio nacer, así que regresó a Puebla. Anduvo de puerta en puerta preguntándole a los vecinos las anécdotas del lugar. En muchas ocasiones lo ponían a trabajar con ellos, hasta en la cocina, solo para hacer más amena la plática.

Así, de la voz de los oriundos, recopiló la historia de uno de los lugares más antiguos de la capital poblana, considerado como el barrio bravo. Conocer sus orígenes nutrió más el amor que le profesa a este lugar mágico y colorido.

Le viene a la memoria el 6 de enero cuando los Reyes Magos visitaban su casa para dejarle, y a sus hermanos, los tan esperados juguetes por portarse bien durante todo el año. No olvida la emoción de abrir los paquetes y salir a jugar con sus vecinos e intercambiar los carritos y las muñecas hasta que llegara la hora de partir la rosca con una taza de chocolate.

O ayudar a “Don Marquitos” el paletero del barrio, a quienes los niños ayudaban a bajar sus productos a los que hoy conocemos como el bulevar 5 de Mayo, solo para que les regalara un helado. O de lo contrario, estaban pendientes de su regreso para ayudarlo a subir a su casa y que les diera las paletas y nieves sobrantes de la venta del día.

También recuerda que, junto con sus vecinos, se amarraba únicamente con mecates para pintar y restaurar el templo y así celebrar la fiesta patronal o la llegada del Altísimo. Pero no solo ponía manos a la obra por la fe católica que profesa, sino por ver a sus vecinos reunidos comiendo chalupas y bailando mientras los niños jugaban a la pelota.

Rememora a una familia en particular. Una mujer con dos hijos a la que conocían como “Doña Loren”. Uno de ellos era conocido como “El charal” por ser delgado y un bailador empedernido y a su hermano, profesor de baile regional y el primer docente del barrio.

Aún no olvida que su padre ayudó al llamado “Profe Beto” Campos a conseguir pupitres para instalarlos en un cuarto de su casa para dar clases a los pequeños del lugar. Y al ser maestro de baile, era quién organizaba los bailables para las madres el 10 de mayo en el atrio de la iglesia, lo que provocó que fuera muy querido por los vecinos.

No solo tiene este grato recuerdo de su padre, reconoce que era una persona dadivosa y no olvida que cuando por fin hubo registros de agua potable compró una manguera y se levantaba antes que todos para apartar el líquido y prestaba la toma para los vecinos. Así se ahorraban el viaje con cubetas hasta una pequeña fuente del lugar.

La modernización fue paulatina, pero en el 2009, Colectivo Tomate se acercó a él y a los vecinos para plasmar en las paredes sus costumbres y tradiciones. El ahora alcalde Eduardo Rivera Pérez era presidente municipal y le prometió arreglar el barrio. Con un poco de escepticismo aceptó y así lo hicieron, arreglaron el empedrado, red de agua potable, alumbrado subterráneo, dejando un lugar digno para vivir.

Arturo nació, creció y aprendió a amar y respetar a las mujeres en el barrio de Xanenetla, donde todos los vecinos se conocían y todos se saludaban.

Lo describe como “un lugar magnético del cual ya no quieres irte cuando lo visitas”, pues la fraternidad de su gente, los las escenas y colores de sus murales, el baile, la música, el tianguis, los buñuelos y el café de olla en las tazas de barro hacen de esta pequeña comunidad un lugar mágico del que no se quiere desprender.

 

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