Volovanes, sabores jarochos

*Chicos y grandes, de jamón con queso, pollo, jaiba, frijoles con chorizo, atún, piña, hawaiano o cubano… pocos pueden resistirse al antojo de los volovanes, un manjar cotidiano de los veracruzanos

Ángel Cortés Romero / Identidad Veracruz

Veracruz, Ver.- Las mañanas en el puerto de Veracruz comienzan cuando el olor a hojaldre recién horneado se dispersa desde la esquina donde se cruzan la calle Mariano Arista y la avenida Independencia.

El olor, que sale de dos canastas de mimbre, corre por toda Independencia despertando el antojo de los trabajadores que apenas llegan a los negocios aledaños y de los jarochos que caminan cerca de ahí.

Se confunde con el aroma del lechero que, a su vez, viaja prácticamente desde el zócalo de la ciudad encontrándose en el camino con el del hojaldre.

Fermín Mendoza González sabe mejor que nadie a sus 71 años que no hay mejor forma de disfrutar un volován que acompañado de una Coca-Cola: un desayuno jarocho por excelencia.

Chicos y grandes, de jamón con queso, pollo, jaiba, frijoles con chorizo, atún, piña, hawaiano o cubano… pocos pueden resistirse al antojo de los volovanes de Adriana y Fermín.

El matrimonio volvió de la esquina de Arista e Independencia una tradición jarocha que se mantiene desde hace 32 años.

“¡Fermín! ¡Uno de jamón con queso!”, le gritan los conductores que pasan del lado de Independencia. Lo mismo lo buscan los empleados de negocios cercanos que taxistas, motociclistas y transeúntes.

Además del toque de calidad que Fermín presume de sus volovanes, los panes de hojaldre que vende se caracterizan por su tamaño, superior al resto de los que hay por cada esquina del puerto de Veracruz.

La tradición de los volovanes de Adriana y Fermín comenzó hace 34 años en las calles y avenidas del puerto de Veracruz.

Un problema de salud en el oído que provocaba que Fermín se desplomara de la nada, lo llevó a cambiar su oficio de electricista por el comercio.

“Tuve miedo de electrocutarme o de caerme de un poste o algo así y vendimos ropa, peltre y después me puse a vender volovanes”, narra el volovanero.

La inspiración de los volovanes le llegó de la panadería que se ubicaba frente a la casa de su madre en la calle 9, entre Carlos Cruz y Velázquez, en la colonia 21 de abril.

Comenzó a comprar los primeros volovanes en aquella panadería que conoció en su juventud y pronto aprendió cómo cocinarlos.

Ya no sólo eran de jamón con queso, piña, atún o jaiba. Fue el primer volovanero en todo Veracruz en hacerlos de frijol con chorizo, asegura, ingrediente común en los volovanes jarocho.

El primer punto de venta de Fermín fue el extinto penal de Allende, que se ubicaba en la avenida del mismo nombre en plena zona centro del puerto de Veracruz.

Los volovanes de Adriana y Fermín fueron por años un pedacito de cielo a las afueras de aquella prisión, llamada “infierno” por muchos, donde cientos de jarochos visitaban a sus familiares presos.

Tanta popularidad cobraron que Fermín decidió abrir un segundo punto de venta en Arista e Independencia, que se mantiene hasta la actualidad desde hace más de tres décadas.

“Decidimos poner dos puntos, yo me puse en Allende y dice mi mujer ‘yo me voy al centro’, pues órale, nos pusimos aquí”, relata.

Adriana atendió sola durante 15 años el punto de venta de Arista y Allende hasta que Fermín se le unió en esa tradicional esquina de la zona centro de Veracruz. En el lugar ya solo queda él con una trabajadora, mientras su esposa aguarda en casa debido a afectaciones de salud.

La tradición volovanera de Adriana y Fermín se mantiene gracias a dos mandamientos: calidad y no engañar a la gente.

“Si yo te digo que es de jaiba, es de jaiba. Te digo que es atún, es atún”, concluye.

 

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