‘Chiqui’ y cómo amar al Puebla

*Josefina Hidalgo, la aficionada más arraigada a la Franja, ama algo que ella vio gestarse cuando la vida le empezaba a dar sus primeros destellos de raciocinio

Antonio Zamora

Puebla, Pue.- Sus uñas humectadas en pintura permanente de color azul y blanco, un alegre semblante que acompaña con una llamativa facilidad para entablar la plática, y siempre, siempre, con una playera del Puebla puesta.

“Chiqui” sabe lo que es regodearse con los triunfos del Club Puebla, pero también lo que es sufrir y acumular coraje por las derrotas. Difícilmente pasa desapercibida cuando de animar al Puebla se trata, pues su importante tono de voz lo acompaña siempre con un llamativo make up que incluye colores vivos y un juvenil corte de pelo.

“Yo por el Puebla doy la vida”, afirma Josefina Hidalgo, la aficionada más arraigada a la Franja. Con la energía que la caracteriza, pero también con la seguridad de alguien que es heredera del empresario español que, junto a Joaquín Diaz y Alfonso Sobero, le dieron forma al club que nació siendo de ‘los millonarios’.

Si alguien tiene duda de que ‘Chiqui’, como le gusta que le digan, es la aficionada más arraigada a la Franja, basta con saber que el terreno en donde construyeron el estadio Cuauhtémoc, en plena colonia Maravillas, fue donado por su padre, Manuel Hidalgo, quien también pagó una millonada para que este histórico club viera la luz en 1944.

“Soy hija de uno de los fundadores del Puebla, él pagó cinco millones de pesos para que pudiera jugar directamente en Primera División, o sea que el Puebla nació grande”, dice mientras muestra el reconocimiento que le dio el club en 2018 como Poblana Distinguida.

Hay solo una cosa que Josefina cambiaría de su vida y es que su amado Puebla volviera a ser el vanagloriado y respetado equipo que fue en la década de los ochenta y principios de los noventa, pero más allá de eso, ha tenido una vida feliz, placentera, pero, sobre todo, apasionada por sus camoteros.

Es comprensible la incomprensión desde afuera, la lógica no cabe en esta ecuación ¿por qué apoyar a un equipo que en casi 30 años no se ha siquiera acercado a un título de liga? Es una cuestión que para la Chiqui solo tiene una respuesta: “Mis hijos están apenitas arriba del Puebla en las cosas más importantes de mi vida”.

Y cómo no amar algo que ella vio gestarse cuando la vida le empezaba a dar sus primeros destellos de raciocinio, en las oficinas de su casa, ‘La Casa del Puebla’, ubicada en pleno Centro Histórico y en donde Manuel Hidalgo confabuló los colores del nuevo club, tomados de la inmaculada concepción, y hasta le puso la franja que emuló a la del River Plate de Argentina, a la que solo cambió de lugar, no vayan a decir que es una copia.

Su ascendencia asturiana se delata por su afable trato, difícilmente se le puede encontrar enojada, a menos que seas el árbitro que esté castigando a sus camoteros con dudosos silbatazos en la cancha, porque ahí sí, conocerás el amplio repertorio de maldiciones con el que cuenta.

Un letrero en acabados de talavera y coronado con el escudo del club, da la bienvenida al palco 5 A en el Cuauhtémoc, en donde la Chiqui y sus invitados, entre banderas, cornetas, fotos y reconocimientos, disfrutan y sufren de los encuentros, pero también se encargan de recordarles a los foráneos que el suelo poblano es de gente combatiente y por eso se respeta, y al que no lo entienda, podrá escuchar un grito de “Lárguense sombrerudos”.

Como si se tratara de una de las más absurdas ironías, el equipo que se robó gran parte de su corazón tuvo su esplendor cuando ella se fue de la ciudad para vivir en Europa. Pero como el tiempo es incapaz de trastocar su memoria, posee fresco el recuerdo de los títulos de campeón de liga, porque para poder ver a Luis Enrique Fernández y a Roberto Ruiz Esparza levantar los trofeos, tuvo que viajar nueve mil kilómetros, desde España, para poder estar presente en las finales de 1983 y 1990 que se jugaron en el Cuauhtémoc ante Chivas y Leones Negros.

Aunque también en su mente siguen esos momentos tormentosos que tuvo que vivir en el 2005, cuando su Franja descendió tras años de pesadilla, y en el partido de despedida, cuando muchos decidieron darle la espalda, ella estuvo ahí, en esa derrota ante Tigres en el Cuauhtémoc, con la que se puso el último clavo a un ataúd que se abrió para el renacer del equipo en 2007 con el ascenso bajo la mano del Chelís.

“Cuando me muera, en el cielo voy a hacer una revolución para seguir apoyando al Puebla”, suelta con una facilidad pasmosa que hace dudar si en verdad se puede llegar a querer tanto a una institución que ha cambiado todo en sus 77 años de vida: nombre, colores, escudos y hasta sede.

 

 

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