El Tejocotal: laguna de todos los placeres

*Un lago recóndito que marca la frontera entre Puebla e Hidalgo con aguas de hasta 30 metros de profundidad, heladas e impasibles; alojarse en cabañas junto a arroyos y en palapas la gente saca sus viandas y hace picnic

Aníbal Santiago

Puebla, Pue.- Un bosque de pinos y encinos hace sombra a dos pescadores, uno bajito y otro alto: arrojan su red de trasmallo al agua color olivo. Estoy lejos, a unos 40 metros, pero al silencio de la Laguna el Tejocotal no lo perturba nada, ni la brisa que se escabulle entre las ramas. Por eso ambos oyen mi grito: “¿Qué es lo que pescaaan?”. El pescador papá no me hace caso, pero su hijito suspende el lanzamiento de su aparejo de hilos blancos, gira extrañado ante la voz del forastero y responde, muy atinadamente: “¡peceees!”.

Voltean al instante hacia el agua. No quieren compartir más secretos sobre las carpas, tilapias, truchas y mojarras de este lago recóndito que marca la frontera entre Puebla e Hidalgo con aguas de hasta 30 metros de profundidad, heladas e impasibles.

Camino por las orillas y asciendo a una loma verde. En realidad, es el dique con que se contiene el líquido de esta presa que todos llaman “laguna”. Si alzo la mirada capto los 6.5 km2 de un paisaje acuático rodeado de montones de verdes silvestres de la Cuenca Hidrográfica del Río Necaxa. Pequeñas canoas techadas dan recorridos a los paseantes.

En las orillas lejanas, a la distancia, se ven las casas de los pueblos que la circundan: La Bóveda, Apapaxtla, Huitzitzilingo, Paredones. Existen desde hace siglos, mucho antes de que esta presa se creara. El delicioso cuerpo de agua hoy sobrevolado por gallaretas, gaviotas, garzas y patos boludos fue inundado durante la Revolución, en 1913, el año en que Hidalgo y Puebla, zarandeados por la guerra, sumaron nueve gobernadores distintos.

Bajo de la loma y hurgo entre arbustos: descubro una viejísima maquinaria marcada con tipografía antigua que dice: “The Ludlow Valve MFG CO 60 No 3 Troy NY”, una vávulka de acero moderna hace un siglo traída a México desde una fábrica en Rensselaer, un hermoso condado de viviendas de ladrillo en el margen del estadounidense Río Hudson.

Ahora mis pies rozan el agua y avanzo sobre este hábitat que estrujan los valles de Hidalgo y la Sierra Norte de Puebla. Hacia el lado oriente del lago, la calma: puedes recostarte en la hierba fresca bajo el sol, a la sombra de un árbol o en el límite de la corriente donde chapotean niños. Agarra un libro, observa el cielo o échate un coyotito.

Si tus pasos enfilan hacia el lado contrario, el oriente, es posible que los interrumpa una explosión colorida: en Semana Santa, Carnaval y otras festividades, a la ribera de El Tejocotal la ocupa un parque de diversiones modesto pero completo: las familias suben a carruseles, cazuelas, aviones, y entre juego y juego se echan sus molotes de maíz, papa y queso. Como son antojitos densos, debes auxiliar a la garganta con cerveza o sangría.

La Presa El Tejocotal, a 11 kms de Acaxochitlán (Hidalgo) y 18 de Huauchinango (Puebla) -donde te puedes alojar en cabañas junto a arroyos-, no desatiende tu nutrición: en varias palapas la gente saca sus viandas y hace picnic, pero si no andas con ganas de sandwichs de atún camina al Corredor Gastronómico. No hay pierde, verás la hilera con restaurantes pequeños como La Sirenita, Las Pérez, La Poblanita, de manteles floridos, sillas cantineras de plástico blanco y lonas con fotos de sus manjares. Prepárate: las cocineras guisan mojarra, trucha y carpa al mojo de ajo, empapelada, frita y, desde luego, a la diabla -el plato estrella-, con el que sientes la orquesta de chiles guajillo, pasilla, árbol, habanero y chipote en un mismo bocado. Alivias el picor con sidra de Zacatlán.

Enfrente, ante tus ojos, solo el agua dócil de El Tejocotal. Te irá dando un sueño sosegado por tantos placeres juntos. Es hora de recostarte otra vez en la orilla.

 

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