Élfego, un barro policromado

Óscar Sánchez

Izúcar de Matamoros, Pue.- El canto de los gallos y el cacareo de las gallinas se escuchan en el patio de la vivienda de Élfego Crescencio Vázquez, un hombre que se convirtió en amante de la tierra.

En el antiguo Barrio de Los Reyes de esta ciudad, puerta de entrada de la mixteca poblana, la casa fue convertida en una pequeña selva de inspiración para amasar barro, darle forma de personajes, lugares y vasijas y crear vida en dos hornos.

“La tierra es un elemento sagrado dentro de la cosmovisión prehispánica, la tierra es la que genera nuestros alimentos y genera la vida y es una forma de transcender para mí”, dice uno de los mejores artesanos de la región.

Como muchos artistas de Izúcar, es creador del tradicional Árbol de la vida, una escultura de barro policromado que representa pasajes bíblicos y otras historias de la vida mundana, pero sus rudas manos crean fridas, catrinas, mariachis.

“A través del barro puedo hacer magia, si mis manos tocan la tierra le doy forma, vida, color y textura”, describe quien crea vasijas con la filosofía indígena y una de sus máximas creaciones: el Árbol de Apoala, una historia mixteca de creación de vida.

Su don para percibir el mundo de manera distinta, y el entorno que le rodea, con el canto de las aves, le ha permitido tener una mejor sensibilidad para imaginar, crear obras de arte reconocidas en México y en el mundo.

“Al estar trabajando el barro, dándole forma y objeto es estar manipulando la energía, esos elementos que para nuestros ancestros eran sagrados… son elementos que le dan vida, como tierra, el aire, fuego y agua”, afirma.

Fue un aprendiz de aquellos primeros talleres de barro policromado, se convirtió en un estudioso de cada pieza elaborada por sus antepasados y por artesanos locales, revisó cada pedazo de la historia prehispánica de México.

Y entonces conformó objetos huecos como una calabaza o cráneo, entendió el choque térmico al cocerlas en los hornos y se encontró a sí mismo para ser hoy no de los artesanos más reconocidos de la región.

“Estas figuras son como una parte de mi vida, como si fueran mis hijos. Aquí están mis emociones, horas y días de mi trabajo, incluso está un pedazo de mi corazón, de mi amor”, agrega el autor de piezas que han recorrido la Ciudad de México, Puebla Guanajuato, Nayarit, Guerrero, Monterrey y Londres, Inglaterra.

 

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