El Chiquihuite: historia, misticismo y naturaleza

*En el cerros de San Francisco Totimehuacan, con sus más de 100 mil años de existencia, hay un antes y después de la vida

Jaime Carrera

Puebla, Pue.- Una bocanada de aire fresco, el contacto con la naturaleza y una energía extraña, pero reconfortante, conectan al ser humano con lo intangible, con lo espiritual. En la punta del cerro del Chiquihuite en San Francisco Totimehuacan se abren portales a lo desconocido, a lo inmaterial para expulsar lo banal y hallar una liberación de la mente.

Sin importar lo difícil del ascenso, el resultado es más que satisfactorio. Cada persona tiene una experiencia diferente, pero en algo coincide la mayoría: allí, en el Chiquihuite con sus más de 100 mil años de existencia, hay un antes y después de la vida. Las almas de los aventureros se desenchufan de la cotidianeidad urbana de la grandiosa capital poblana.

Las etapas van de una a una: la adrenalina, el cansancio, la revitalización y para los más intrépidos y dispuestos, la conexión con lo desconocido: portales que se abren para viajar en el tiempo, cuentan las leyendas de los antepasados que narran las historias a los más jóvenes, cuya responsabilidad es preservar un ícono cultural, histórico y ecológico.

“Me liberé y regresé siendo otra y viendo el mundo diferente, viendo que lo material es lo de menos y que estamos conectados con la madre tierra. A la gente le hace falta eso, a lo mejor tienen miedo de saber con qué se encontrarán en la punta del cerro, pero es una experiencia única”, señala Estrella, integrante de la Fundación Chiquihuite.

Desde que se avanza hacia la junta auxiliar sobre el bulevar Valsequillo se observa al místico cerro, cuya forma invertida de chiquihuite, alberga plantas y animales variados, sobre todo alados que surcan el cielo poblano y hacen honor al origen náhuatl de la palabra Totimehuacan: el histórico y único lugar en el que abundan las aves, grandes y pequeñas.

El Chiquihuite esconde entre sus datos importantes que fue un centro de sacrificios, pero también un punto de manifestaciones gráfico-rupestres, eso sin dejar de lado la maravillosa vista de la localidad desde su punta, y desde donde, no tan lejos, se avista el Centro Histórico y la imparable urbanización de la cuarta ciudad más grande e importante de México.

En lo alto del cerro yace un Cristo Redentor, imponente, solitario, pero acompañado de toda la fe de los poblanos y que fue construido por los habitantes del barrio de Santa Clara, a quienes les llevó alrededor de dos décadas terminarlo. Hoy sigue recibiendo a los fieles creyentes y permite una conexión más con el ser humano que sube la cuesta: la religiosa.

María del Carmen García, fundadora e integrante de dicha fundación, explica a Identidad Puebla que en esa demarcación se asentaron las dos últimas etnias indígenas de Totimehuacan: los olmecas chicalancas y los toltecas chichimecas y durante la presencia de los primeros se cuenta de generación en generación que los pobladores eran magos, adivinos y nahuales.

“Después, llegan los olmecas chicalancas, que venían desde Cacaxtla, Tlaxcala. Y con los toltecas chichimecas eran sus contrarios, pero se les vinieron a imponer, se quedó la cultura de los olmecas chicalancas y por eso se quedó Totimehuacan, antes Totomihuacan, una de las tribus de las siete cuevas de Chicomóztoc, que habla de los siete orificios que tenemos en la cabeza”.

El Chicomóztoc era el lugar del que los aztecas creían provenir y de él se desprende una semejanza con el Chiquihuite: un centro de carga energética que cimbra en la cabeza y en los orificios de las fosas nasales, las orejas y los ojos. El poder de la mente, el bagaje cultural que cobija a los descendientes de las etnias indígenas que hoy recae en sus pobladores actuales.

Aún con el paso de los años, el cerro es un lugar sagrado donde todavía se acude para consultar a los dioses y que junto con los vestigios del Tepalcayotl y el exconvento franciscano se conforma el trazo de una constelación del cinturón de orión. Todos, cada elemento, en lo individual y lo colectivo permanecen conectados, para ser protegidos y generar identidad entre los vecinos.

Un profundo respiro, pisar la tierra que reviste al cerro y sentir una energía de pies a cabeza, es parte de una experiencia extrasensorial para los locales y visitantes, que se desprenden de sí, abren su mente y conectan con todo aquello que, en ocasiones, es imperceptible, pero que seguirá ahí, en el Chiquihuite, custodiando a San Francisco Totimehuacan.

 

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