Jardín Trinitarias, legado de quietud

*El espacio, que en el pasado fue un cementerio y luego un salón social lujoso, ahora es un lugar de esparcimiento en la capital poblana

Guadalupe Juárez

Puebla, Pue.- El barrio de San Francisco tiene una cara no tan conocida, un jardín que antes era un cementerio, paredes del convento que alojaba a religiosos y los primeros hornos de talavera que aún permanecen en el subsuelo.

El Jardín de las Trinitarias, antes de ser un salón social lujoso y ahora un espacio de esparcimiento en la capital poblana, era un cementerio, el de San Francisco. Fue construido en 1848 al otro lado del convento y funcionó hasta 1880.

Este espacio lo ocupaban monjas que tenían una enfermería, casi 150 celdas, cerca de las ex fábricas de La Violeta, Hilaturas, Coberturas y La Oriental.

Ahora es un lugar desde el que es posible echar un vistazo al pasado, el de la Puebla fundacional, la del barrio del Alto. El jardín de las trinitarias es un lugar del que todavía hay mucho por descubrir, tanto, que al mover unas primeras paredes ha saltado a la vista restos óseos de los que todavía no se sabe mucho.

En el jardín al costado izquierdo, hay unas escaleras que al subirlas puedes observar uno de los puntos fundacionales de la ciudad, donde se asentaron grandes fábricas, uno de los conventos más antiguos y los barrios indígenas originarios que buscaban resguardar su identidad con sus costumbres.

Frente, Casa Aguayo, el Mercado del Alto y a media vuelta la 14 Oriente y las torres del templo de San Francisco.

De acuerdo con el historiador Alejandro Montiel, en esta zona se asentaron los primeros pobladores debido a los mantos acuíferos de la región y los ríos que atravesaban la ciudad.

“La fuerza motriz del río de San Francisco alimentaba a los molinos, desde 1535, estos mantos acuíferos se usaron para lavar, comer y otros procesos de la industria textil”, ha explicado en la apertura de la nueva cara del ex convento.

Caminar por el jardín te lleva a cruzarlo por debajo de unos arcos llenos de flores, cuyo camino te dirige a los vestigios que alguna vez recorrieron las personas que antes lo hicieron  en el ex convento.

Debido a que permanecieron en manos de privados estos espacios, se evalúan varias teorías, entre ellas que en estas paredes en ruinas, hay un área que fue la habitación del beato de San Sebastián de Aparicio, un franciscano español que radicó en Puebla durante los primeros años de su fundación.

Debajo de un toldo, en el que los rayos del sol se multiplican hasta quemar la piel, todavía se preservan dos orificios en el suelo, los primeros hornos de talavera, de donde seguramente surgieron las primeras piezas de la artesanía poblana más famosa del mundo.

 

 

 

 

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