La casa de Jorge Negrete: muros del desamor

Aníbal Santiago

Ciudad de México (CDMX).- De pie sobre la calle, por más que alces la cabeza y fuerces tu vista descubrirás poco de lo que oculta la ventana del segundo piso. Solo dos gatos de madera que husmean el exterior y adornan una sala, y algo más: un antiguo fonógrafo dorado -descompuesto, seguramente-, única señal de lo que esta esquina de la colonia San José Insurgentes fue para México: música.

Atrás tuyo, soberbio, seguro, orgulloso, un imponente Jorge Negrete de piedra, elevado sobre un pedestal, con una sonrisa que le desborda la cara observa exactamente lo mismo que tú: la coordenada de la casa que en 1944 construyó a su madre, Emilia Moreno, amorosa guanajuatense que lo acompañaba en su estruendoso éxito.

Ya es solo la coordenada de aquella casa, no más que eso. El diario La Jornada publicó en 2003 un obituario no de un ser humano, sino de una vivienda única en el planeta, la del número 44 de la calle Del Ángel. “Por la destrucción de la casa de Jorge Negrete, El Charro Cantor, comités y asociaciones de residentes de San José Insurgentes presentaron una denuncia penal en la Fiscalía para Servidores Públicos contra funcionarios de la Delegación Benito Juárez”. La acusación en papel, archivada en el estante del olvido, tuvo el mismo efecto que el grito de una persona desesperada que ve una motosierra talar un roble centenario: ninguno. La sentencia de muerte se llamó “cambio de uso de suelo”. La casa de 6 décadas de historia fue demolida, y para cimentar al actual edificio de 4 pisos las excavadoras abrieron un hueco de 3 metros; más que un hueco, una fosa fúnebre.

En “compensación” del dolor, los vecinos cuentan con la estatua, instalada en 1990 en la vieja plaza que existe desde que San José Insurgentes se fundó hace cerca de 90 años. Esculpido con maestría, Jorge se afianza al descascarado pedestal de cemento con botas viriles y piernas entreabiertas. Engancha sus pulgares al cincho, donde reposa una pistola al alcance de sus grandes manos, por si se ofrece. Pantalón ceñido, sombrero jarano de ala ancha y chaqueta bordada, breve, apretada. Y la mirada hacia lo que fue un largo sueño: el hogar que desde chico prometió construir al matrimonio que en el Bajío lo trajo al mundo en 1911. Después de llenar de besos a Gloria Marín en la película Una Carta de Amor, el actor tuvo suficientes ahorros para edificarla. Eligió para la casa un lote de la nueva colonia propiedad de la poderosa familia Alemán, y en 1944 estuvo lista.

La ocuparon él mismo, su papá José Manuel Antonio David de la Soledad Negrete Fernández -militar sobreviviente de la Revolución- y su madre. ¿Y qué había adentro? Se sabe que una sala de estar con un piano negro en el que ensayaba, y un salón con mesa de billar y gimnasio. Y claro, un fonógrafo llenaba a la casa de música.

Aunque a Jorge le gustaba la discreción, en 1945 a los habitantes de la Ciudad de México ya les había llegado el rumor de quién vivía ahí: nada menos que El Charro Cantor. Como eso era noticia, aquel año los hermanos Casasola se apostaron en la placita de Capuchinas y Del Ángel para fotografiar la casa. Guardada en el repositorio del INAH, la imagen (ver abajo) muestra dentro de un paisaje desolado un inmueble de dos plantas con una fachada clara. Hay árboles en la entrada y está escoltado por dos postes de telégrafos.

Ricardo Rodríguez, el consejere del edificio que suplió a la vieja residencia, hace sonrisa de Jorge Negrete al oír mi pregunta: “Claro que sé qué fue este lugar, por eso me gusta cuidarlo: qué bonitas canciones, qué bonito cantaba”.

Al iniciar el milenio, algunos vecinos, aún dolidos por la desaparición, los domingos sacaban bocinas y las ponían junto a la estatua para que el barítono cantara “Por la lejana montaña / va cabalgando un jinete / vaga solito en el mundo / y va deseando la muerte”. La voz de Jorge fluía como un arroyo en calles con nombres que suenan sacados de hacendados y familias enemigas en películas de charros: Los Echave, Los Juárez, Mateo Herrera, Salomé Piña, Andrés de la Concha.

¿Y en esta casa sólo hubo música, nada de pasión, nada de amor? Veamos.

A solo 10 cuadras de la lujosa casa de Jorge, en la vecindad de la calle Guillain 8, vivía una familia que la miseria había expulsado de su natal Chihuahua. Se asentaron en el pueblo de Mixcoac, junto al río del mismo nombre: dos niños y tres niñas que su madre, Emma Juárez, sostenía con las chambitas que salían de su máquina de coser. Una de ellas, Elsa, a los 13 años había sido atacada por una enfermedad infecciosa que transmiten los animales, aún más cruel que la precariedad: la fiebre de Malta, causante de altísimas calenturas, reumas, pérdida del pelo, anemia, delgadez extrema. En un país sin antibióticos, la pequeña se acercó a la muerte.

Pero Elsa se salvó. Con los meses recuperó la salud y la forma física, y con sus amigas de la secundaria fue recobrando la alegría y los paseos en la zona al salir de clases. ¿El más emocionante? Ir a la casa del vecino rico, famosísimo, atractivo: Jorge Negrete. Tocaron a su puerta. El actor salió a atenderlas. “Estaba de civil con anteojos, guapísimo, una personalidad tremenda -recordó Elsa públicamente-. Todas se acercaron a pedirle autógrafos, menos yo. Y él se soltó riendo porque yo no se lo pedí”. Al actor, de poco más de 30 años, lo había enternecido la orgullosa y tímida adolescente que regresó a su vecindad sin el recuerdo en papel del héroe nacional.

Elsa creció, se volvió una mujer hermosa. Por esos días, su tía Emma llegó a la casa de Guillain 8 -aún existente, ver fotos- con una noticia para su sobrina de 15 años: la productora CLASA Films Mundiales haría un concurso de belleza. La ganadora sería protagonista de la cinta El Sexo Fuerte. “Es la oportunidad”, dijo a Elsa. Al fin, escaparían del desamparo. Elsa ganó y, en efecto, debutó en 1946 como actriz en esa película que la obligó a aparecer en traje de baño.

Tiempo después, Jorge Negrete, que debía elegir a su pareja para la película Lluvia Roja, vio en la pantalla a Elsa Aguirre, alta mujer de labios gruesos, ojos grandes y magnética sonrisa blanca que en ocho películas filmadas en solo tres años usurpaba el estrellato de María Félix.

“Quiero a esa muchachita”, cuentan que dijo Jorge. No tenía idea que estaba eligiendo a la vecinita tímida de la que se había reído afuera de su casa seis años antes. “Quién iba a decir que con el tiempo yo iba a trabajar con él en una película de amor, dándonos besos”, recordó Elsa. Y acabó el rodaje de la película, pero no el romance. “Con toda delicadeza me dijo: ¿me permites ser tu novio? Habló con mi mamá, me cantaba al oído, me llevaba serenata. Me enamoraba”.

Egresado del Colegio Alemán Alexander von Humboldt, donde aprendió inglés, alemán, italiano, francés, Jorge quería más de su novia 19 años menor al que le había abierto su casa de Del Ángel 44. Y no se trataba de los placeres de la piel. La chica del pueblo de Mixcoac era de pocas palabras, al amor lo debilitaba el silencio: “Me llevó un libro para que lo leyera y a lo mejor luego comentarlo. Yo no leía. Y que me manda más libros, y no los leía. No me gustaba leer”. En esos tomos había literatura y también historia. Ella no los tocaba.

¿Él se cansó? No, ella. Pensó: “yo quiero un novio; no un profesor”, reveló la actriz. Decidió abandonar para siempre al novio y también al profesor que deseaban millones de mexicanas. “Al ratito -contó Elsa-, Jorge se casó con María (Félix)”.

Es probable que en la casa de Del Ángel 44, el gran conquistador mexicano llorara a la mujer que no terminó de conquistar. En la Plaza Jorge Negrete, rodeada de plantas -aligustres del Japón, chirimoyas, fresnos rojos- hay una fuente seca de azulejos verdes que jamás tiene agua, y cuatro frías bancas de cemento que nadie usa.

Quizá ese aire triste que flota es el duelo por el amor de Elsa y Jorge que al final no fue, y por la casa llena de música que hace 20 años dejó de ser.

 

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