Burger Priest: ¡hamburguesas del rooock!

Aníbal Santiago

Ciudad de México (CDMX).- Cuaderno pautado delante nuestro, clave de sol escrita medio chueca entre las cinco líneas, pupitre rayoneado donde descansaba la flauta barata que llevaríamos a nuestros labios. Así, sentaditos con todo eso, esmerados ante la clase oíamos la primera enseñanza del profe: “Niños, la música es simple: la componen ritmo, melodía y armonía”. Y le creíamos, pero es momento de desprendernos de dogmas.

El ruido de la Ciudad de México agarra a latigazos al Eje Central desde el amanecer hasta media noche: sus tráilers salvajes hunden el acelerador, las motonetas serpentean desesperadas, a claxonazos los taxis vociferan por pasaje en este hostil mundo de Ubers. Atormentado, el Eje Central sangra de ruido.

“¿Y eso qué?”, pregunta Burger Priest. Desde que hace ocho años nació en esa avenida y Eje 8, el local lanza una osada teoría: la música es ritmo, melodía, armonía y hamburguesas. Justo ahí, frente al tirano del ruido, hamburguesas musicales. Entre estas mesas de madera te acecha el hechizo de la carne, pero antes la música allanará tu cuerpo hasta por la vista. Pintados en muros, los dioses no sangran en cruces sino sonríen. Al entrar, ves felices de la vida a Jimi Hendrix, Mick Jagger, Frank Zappa, Freddie Mercury, Robert Smith, Amy Winehouse, Ozzy Osbourne, Prince.

Eje Central te empanizó de plomo chilango las manos y entonces vas al lavabo. Escurren jabón y agua entre tus dedos y alzas los ojos. Te mira John Lennon rodeado por una letra que dice: imagine there is no countries, isn’t too hard to do. Al fin te sientas, sediento, y por eso el mesero de cola de caballo negra, playera negra y jeans negros abre el refri para salvarte con una cerveza neerlandesa Hertog, negra como petróleo. Cuando las puertas del aparato se cierran, notas que al cristal está pegado Slash, guitarrista de sombrero negro, lentes negros, melena negra. Das un sorbo: ahhh, ya te alivia esa espumosa frescura negra. Qué negro todo, hasta el menú, que en su carátula te hace los cuernitos del rock. Lo hojeas, negra de rebeldía tu alma, y vas salivando las hamburguesas del rock. La Janis une carne, queso gouda, lechuga, tomate, cebolla y salsa priest de receta secreta. Como eres amante de Slayer, pides la trashmetalera Kerry: carne, chistorra, queso manchego, lechuga, tomate y cebolla. Vegetariano, no te angusties, aguarda tu dentellada la Hendrix: hongo Portobello, gouda, lechuga, tomate, cebolla y pimiento verde.

Pero yo elijo la Slash, de carne, panceta, lechuga, tomate, cebolla y el toque de distinción: blue cheese, para que raspe mi paladar como hace el death metal con las mentes y oídos.

Los detractores dirán que las hamburguesas no son buenas para la salud, pero sí lo son para los sentidos. Por eso es importante abrir grande la boca, para capturar como un tiburón feroz absolutamente cada uno de los manjares que solos no son nada pero unidos entre los dos panes lo son todo. Y para colmo, a ese todo con esencia carnívora que te vuelve un voraz ser primitivo lo enriqueces con mostaza, catsup y mucha mayonesa. Y al lado, papas Lemmy: gratinadas de quesos cheddar y gouda y trocitos de crujiente panceta, se presentan en la carta como “generosa ración”. ¿Generosa? La cantidad de papas que te sirven son toda la cosecha anual de papas en los 31 estados y la capital.

Vuelves a la hamburguesa y ¡ay!, masticar es un sueño. Cierras los ojos para sentir los matices y ahora, además, te invade la música. En las bocinas de Burger Priest suenan fuerte Meat Loaf, desde luego (meat = carne), pero también Deep Purple, Scorpions y todo lo que el rock ha regalado a la humanidad.

Requiero un testimonio para confirmar que estas hamburguesas de gruesa carne tierna, consistente y chorreante, con grasa ni excesiva ni corta, también causan en otros un placer impúdico. Me acerco a una joven de enormes ojos. Dice ser chiapaneca y la llamaremos Ángela. Le pido una opinión: “¿qué tal tu hamburguesa?”. Justo cuando pregunto da una mordida. Solo levanta sus dos pulgares conteniendo la risa. Y ya, ni una palabra, porque aquí las bocas sirven para masticar y como todo es delicioso no sobra tiempo para hablar. Tampoco Ángela está dispuesta a hacerlo pero seamos justos, su sonrisa y sus dos pulgares me lo están diciendo todo.

Como aquí la cerveza fluye todo el día, antes de irte vas al baño. En la puerta te recibe Elvis, que te apunta con su índice junto a la frase: ¿were you looking for me, baby? (¿me estabas buscando, bebé?)

Es cierto que no eres Elvis y quizá no te busquen como a un rockstar, pero Burger Priest te llena de tantos placeres que, sí o sí, cuando vuelves a salir a Eje Central corre en tus venas la energía de una estrella de rock.

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