El bosque encantado de las palabras

*Los olores a papel y tinta invaden la librería El Quijote, donde más de diez mil libros de segunda mano, rescatados durante dos décadas, comparten espacio con docenas de piezas dignas de un museo

Carolina Miranda

Puebla, Pue.- Una suerte de bosque encantado, con dragones, unicornios, hadas, gnomos, duendes, brujas, caballeros andantes y heroínas, se oculta entre vecindades, fondas y antojerías de las calles del Centro Histórico de la ciudad de Puebla.

Por las veredas de las arboledas convertidas en libros, surgen cuentos, poemas, leyendas, historias, novelas, tratados religiosos, médicos y ensayos surgidos de mentes brillantes de todo el orbe.

Y esas letras congregadas durante dos décadas en este boscaje urbano, gozan de guardianes de primera línea: se pasean las figuras de El Quijote, Sancho Panza y Rocinante, además de Auguste Rodin, la Venus de Milo, el David y La Piedad de Miguen Ángel, hasta San Martín de Porres, Amadeus Mozart,  Beethoven, Cervantes, Édgar Alan Poo y  Dante Alighieri.

Todo parece un caos al ingresar a este lugar de olores a papel y tinta, a antiguo. En realidad todo se encuentra en un orden perfecto y armonioso. Un bosque que invita, irremediablemente, a ser transitado.

Se dice que el orden nació del caos. No podemos estar tan seguros. A todo orden le es necesario cierto caos. Y a la inversa. Las librerías y bibliotecas son muestra de ellos. Por más ordenas que estén mantienen un caos orgánico, como la cartografía de las nubes, como el alboroto del mar.

La librería El Quijote, en la calle 5 Poniente, casi esquina 3 Sur, es un ejemplo que esos espacios son una extensión de la naturaleza.

Fue hace más de dos décadas cuando el poblano Josué Chávez Barranco fue conformando un espacio propio, único, para disfrute personal, que con el paso del tiempo se convirtió en un espacio público con más de diez mil libros usados, de saldo y alguno que otro nuevo de editoriales independientes.

Sus pinturas al óleo forman parte del pequeño espacio, un museo viviente, lleno de letras, arte y hasta de “panzones”, esas figurillas típicas poblanas que le recuerdan a su infancia.

“De chavito me gustó la lectura, mi mamá me ponía a leer para ella y de ahí empezó a nacer el gusto por la lectura, en la preparatoria me incliné más por la lectura y leía libros que mis hermanos me regalaban”, rememora.

Así, una aventura que inició a las afueras de El Carolino, la sede de la BUAP, donde vendía libros de uso en la calle tras cursar sus clases diarias de la licenciatura en Psicología.

De tianguis en tianguis, con letreros en los postes y fachadas, volantes repartidos por doquier fue allegándose de libros, algunas verdaderas obras de arte de los años 1700 y 1800.

“A mucha gente le gusta, lo que me da satisfacción, pero lo ha ido adaptando a mi gusto, por ejemplo los Panzones los tengo porque de niño mi mamá me los compraba y mis pinturas y los libros me gustan. Trato que el ambiente sea agradable para mí”, describe.

Sin un duda, un bosque donde los dragones, unicornios, hadas, gnomos, duendes, brujas, caballeros andantes y heroínas, nos permiten soñar.

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