Convento, cuna del Mole

*En la cocina del Museo Ex Convento de Santa Rosa, cubierta de 30 mil tipos diferentes de talavera, una monja dominica creó el mole poblano

Carolina Miranda

Puebla, Pue.- Ingresar es envolverse en paz y tranquilidad, los sonidos se aíslan y los cinco sentidos se transportan a 1681 cuando la monja dominica, sor Andrea de la Asunción quiso sorprender con una deliciosa comida al virrey de la Nueva España, Tomás Antonio de la Serna y Aragón, de paso por la ciudad.

En las entrañas del Museo Ex Convento de Santa Rosa, un recinto casi escondido entre el bullicio de los vendedores informales y el sonido del claxon del transporte público, la cocina es la medalla de honor del recinto.

El espacio está cubierto de 30 mil tipos diferentes de talavera que donó el virrey. Cada uno de los azulejos tiene flores y tres puntos, los cuales son el sello del fabricante. Aquellos que carecen de estas marcas son parte de la restauración que ha sufrido desde que el presidente Plutarco Elías Calles rescató el lugar, el cual hasta fue utilizado como baño de vapor cuando fue invadido.

Ubicado en la 3 norte 1210 en el Centro Histórico de Puebla, resguarda entre sus gruesas paredes de piedra y  talavera, la historia del mole y el claustro de las monjas. Es llamado de esta forma por Santa Rosa de Lima, Patrona de América y las Indias Orientales, la primera religiosa en llegar a Puebla desde Perú para cuidar a los pobres y huérfanos.

Aquella monja dominica molió chile mulato, chile ancho, chile chipotle, cacao, cacahuate, azúcar y plátano para formar la pasta.

Sin embargo, las religiosas se percataron que era una comida muy pesada para el metabolismo, por lo que agregaron anís, ajonjolí y tortilla quemada para acelerarlo, esto es lo que le da el toque estético al platillo que conquista al paladar con un toque picosito y dulce al mismo tiempo. Además, lo acompañaron con guajolote

Las mujeres se deleitaron tanto con el exquisito aroma que emanaba la cazuela de barro que no pudieron resistir y rompieron su voto de silencio. Se dice que la madre superiora se le acercó a sor Andrea de la Asunción.

-Qué buen mole, hermana.

Las demás la corrigieron.

-Qué bien mueles, hermana, rectificaron.

Pero la monja dominica  agradeció su interés y se congratuló porque habían  de bautizar su platillo. Y así fue como nació la comida más representativa de la gastronomía poblana.

Luego de las Leyes de Reforma, las cuales separaron a la Iglesia del Estado, las monjas fueron expulsadas del inmueble y éste fue convertido en un cuartel militar, posteriormente en un hospital psiquiátrico para hombres y para mediados del siglo XX se convirtió en una vecindad.

Alrededor de mil 500 personas habitaban el recinto, podían vivir hasta cuatro familias en un cuarto. Algunas fotografías, que ahora son parte de la galería, muestran los lazos de ropa colgados a mitad del patio por encima de una fuente que aún conserva grabados los nombres de las monjas más importantes que vivieron en el convento. En 1968 el lugar fue recuperado y restaurado por el gobierno.

Sin embargo, los vestigios de los hábitos aún sobreviven gracias al comedor de las monjas enfermas, un espacio en donde separaban a las mujeres que tenían algún padecimiento médico.

Otro rastro de las religiosas que habitaron el lugar son los nichos que inundan las paredes, huecos con forma de arco o cuadrados donde se arrodillaban a pedir que sus rezos fueran escuchados. Un objetivo que se lograba gracias a la arquitectura, pues funcionaban como micrófono, su voz viajaba por 10 mil 300 metros cuadrados con una velocidad de diez segundos.

Desde la calle y en apariencia, parece ser una esquina más de la capital poblana, pero  guarda en su interior la vida y obra de las creadoras de uno de los platillos más representativos de nuestro estado ante todo el mundo: el mole poblano.

 

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